pájaro fúnebre








Pájaro fúnebre
Miguel Guerrero
ediciones del hombre cohete. 2070
200 x 135 mm.
306 páginas
16 euros

(leer inicio)






Patologías habituales
PÁJARO FÚNEBRE, una novela negra de Miguel Guerrero

El submarinista no quiere ser quien es, quiere ser otro. El profesor G. es un pseudo intelectual, no está capacitado para serlo más allá de las pocas intuiciones propias del loco. El italiano es un terrorista cultural, y no quiere parecerse a dios, la verdadera destrucción es la destrucción de uno mismo. El personaje llamado el hombre guarda en su interior un secreto: desde siempre ha querido ser un indigente y no se ha atrevido a salir del armario. El detective Gabino Morales quiere desentrañar enigmas pero sus pesquisas siempre lo llevan al caos. R.M. es un vampiro, o no, al que una vez salvaron los hombres K. Cada uno de estos personajes lleva a cuestas su patología particular y sobreviven en los márgenes de lo que llamamos normalidad, esa enfermedad tan poco visible y tan común. “Situarse al margen de lo establecido, de las normas de los mediocres es la forma más honrada de existencia que han adoptado unos pocos personajes que habitan esta narración que escribe día a día la ciudad.” Todo ocurre en Nada 11300, minutos antes del Apocalipsis, o no.

L. Tchitcherine.



Observaciones efectuadas a la ligera sobre Pájaro fúnebre, una novela negra de Miguel Guerrero
Por Hombre Cohete


“Los viejos relatos han caído y todavía no hemos inventado los nuevos, en ese impás que tanto desasosiego y confusión crea es donde se encuentran los personajes de Pájaro fúnebre, quizá no se dan cuenta o no perciben la diferencia entre realidad y ficción, si la hay, en espera de que los algoritmos decidan qué hacer con nosotros”. Esta es una apreciación más que atinada del escritor sin obra que es Luke Branded. Sobre ella se apoyan mis observaciones, en espera de que alguien competente acometa un análisis más detenido y necesario sobre esta novela negra de Miguel Guerrero.
La lectura de un texto de Harorld Bloom, como de Marcel Reich-Ranicki, Jorge Luis Borges o Umberto Eco, me hace ver que el mundo, la existencia, es insondable, o inabarcable, y que solo unos privilegiados como ellos han llegado, sospecho, o estan muy cerca de desentrañarlo, al menos en lo que concierne a su espacio profesional.
            Nos dice Bloom en el prefacio de Cómo leer y por qué que “Mi lector ideal (y héroe de toda la vida) es el Dr. Samuel Johnson”, lo que me lleva a considerar que para una comprensión cabal de las ideas sobre lectura que se dispone a impartir con este texto habría que leer a Johnson. No veo en esto complejidad alguna. Solo que a continuación nos dice Bloom que Sir Francis Bacon fue el que aportó algunas ideas que llevó a la práctica Johnson. ¿Se hace necesario entonces seguir la cadena de causa efecto o causalidad que deja sugerida Bloom al enunciar este escalonado proyecto de abarcar conocimiento si apuro un poco más mi grado de exigencia?
            Hasta aquí el proyecto no se presenta dificultoso. Me digo, animado, que para entender, lo que se dice bien, a Bloom tengo que leer a sus predecesores Johnson y Bacon porque ellos son sus maestros. Pero a lo largo de la lectura de Cómo leer y por qué van a aparecer sugerencias parecidas a estas a cada paso, haciendo exponencial la tarea. Entonces sí. Al cerrar el libro, o al apagar la pantalla del e-book, el mundo de conocimiento que nos propone Bloom se me aparece inabarcable, un territorio inmenso por explorar, aún asequible a la vista, sí, pero para el que necesitaría una prórroga bien larga de lo que me queda de vida para acometerlo. No exagero.
            Estamos hablando de lo literario en el mundo, del conocimiento de los resortes y principios que mueven la maquinaria literaria según un crítico, Bloom, una mirada sobre ese mundo, aunque sabia, insuficiente, es también solo una visión personal, lo que significa ideologizada, sesgada o, digamos, particular. Habrá que sondear otras visiones, me digo, ver el mismo mundo desde otras perspectivas. Qué tal si acudimos a Eco, Ranicki, Piglia… la lista puede ser muy, muy extensa. ¿Exagero? Cada uno de estos nos hará a su vez el mundo nuevamente insondable, particularmente insondable cada uno de ellos, nos recomendarán acudir a las referencias que cada uno crea oportuno en su afán de explicar el mundo, para conseguir una completitud de la idea que cada uno de ellos nos proponga. ¡Qué locura!
            Hablamos solo de literatura.
            Hagamos lo mismo con otras disciplinas del conocimiento: filosofía, arte, economía sociología… (que no mencione la ciencia no es un olvido, hasta ahí podríamos llegar).
            Esta visión de lo complejo quizá sea un poco ingenua o simple, o solo un ejemplo para ilustrar la posibilidad que tiene el ser humano medio (¿qué es esto de ser humano medio?: digamos para abreviar que aquellos que no somos Bloom, Eco, etc.) de, si se asoma y vislumbra el panorama de esa vastedad, quedar al menos aturdido.
En esta absoluta aturdicidad es donde se encuentran los personajes de Pájaro fúnebre. Y, presumiblemente, su autor. El estado anímico en el que viven y desde el que observan borrosamente el mundo. Omnubilados, sueñan despiertos, una forma muy común de existencia.
“Hay un determinismo histórico, que viene de Hegel y de la filosofía idealista, que cree que las fuerzas de la historia son tan poderosas que se manifiestan y desarrollan al margen de las personas que accidentalmente la sufren y la viven”. Pero el mundo no tiene ningún interés en ser contado, no creo que la Historia tenga ningún plan, seguramente la Historia huye hacia delante. Somos nosotros los que necesitamos contar el mundo, y el mundo no se siente como objeto contado, el mundo pasa de nosotros. A pesar de nuestros esfuerzos por una taxonomía de los hechos, lo que se llama la Historia se produce al margen de nuestras intenciones, y si los hombres son capaces de cambiar el curso de ella lo hacen solo a modo de operarios omnubilados de la gran maquinaria en que se ha convertido la existencia. Y esa máquina no es movida por un trasfondo divino, sino que fue puesta en marcha por el hombre, en algún momento histórico controlada, pero ya se le ha ido de las manos. Y esto que digo no pasa de ser una sensación, incapacitado como estoy para tener ideas contundentes. Los personajes de Pájaro fúnebre se encuentran entonces no solo con esa sensación de vivir en un organismo caótico, sino de tener también la sensación de ser títeres de ese organismo. Ese organismo es un topoi, un lugar ficticio llamado Nada 11300, con ciertos parecidos con lo que llamamos realidad.
Más acá de la exégesis de esta ida es donde creo que debe quedarse este texto, lugar adecuado y elegido por su autor para crear un universo en el que desarrollar la ficción de Pájaro fúnebre.


Saltos temporales; juegos de perspectivas; multiplicación de los puntos de vista; puzle narrativo; juguetería narratológica.
            Tradicionalmente este tipo de narrativa pretende dar una amplia y más clara visión de la realidad. En el caso de Pájaro fúnebre esta multiplicidad debe causar en el lector, sospecho, el efecto contrario: cuánta más información más perdido se encontrará el lector, porque los narradores no son fiables.
Una de las características a resaltar de este P.F. es la intención que hay de no caer en ese tono que exige la alta cultura para dar prestigio a un texto. Cuando ocurre es solo de forma irónica, una estrategia de devaluación del canon tradicional, y en ocasiones da datos falsos sobre referentes culturales, en un afán de desacralizar la llamada y biempensate literatura. También con el afán de crear algo de entropía en el seno del texo.
Miguel Guerrero utiliza herramientas propias del posmodernismo para crear un artefacto profundamente humanista. (Paratexto: fajilla del libro impreso).
Para mi gusto, M.G. hace demasiado visible la arquitectura de su relato, lo que lo incluye en demasía en las formas narrativas de su tiempo, esto es que practica una exacerbada simpatía por lo fragmentario.
El topoi de la novela es una invención, es un lugar inestable que tiene muchos puntos de conexión con la realidad, solo unos elementos, diseminados aquí o allá, hacen que la analogía con el referente real se rompa y cree un estado inestable que no podría ser posible en la realidad pero que aparece con verosimilitud en el terreno ficcional que propone P.F.
P.F. está en las antípodas de la novela popular porque ésta tiene una función “consolatoria” (Eco), por muy difíciles que se pongan las cosas la novela popular al final consuela al lector diciéndole que soluciones hay para subsanarla. En P.F. no hay consolación: los personajes están abocados a la desaparición, o al olvido, o a la indigencia, a la nada, etc.
P.F. es una novela que produce constantemente información. El orden o la pertinencia en que es suministrada esa información tiene un comportamiento que podría parecerse algo a lo que se llama Random. El Random es la forma actual más común de recibir información.
En P.F. los personajes tienen una forma de pensar el mundo y de entenderlo que choca de manera impráctica con la éndoxa, o lo que piensa la mayoría de la gente.
En P.F. el detective es un falso pseudo detective, como el profesor G. es un falso pseudo científico-intelectual. Ambos viven, como el resto de personajes, en los márgenes sociales, o dentro de lo social pero con una participación en lo colectivo que pertenece a lo mínimo posible.
Los personajes de P.F. son inestables, inconclusos, poco fiables, etc., como la sociedad en la que viven, son producto de un contexto social, o de un campo social, como diría Bourdieu.
Personajes superados por el mundo y la existencia. No edificantes.
El detective y el profesor G. son almas gemelas: los dos quieren descifrar la existencia. La existencia para ellos es inaccesible y siempre están superados por ella.
El detective de P.F. goza, como el Dupin de Poe, “con esa actividad intelectual que se ejerce en el hecho de desentrañar”, pero al contrario de este sus pesquisas le llevan a “nada”, es un trabajo inocuo, siempre amenazado por sus crisis, un abismarse en sus reflexiones caóticas que amenazan con llevarle a la pérdida de la razón.
Los personajes de P.F. están enfermos de civilización, pero no huyen de ella. Sienten en vena el malestar de la cultura.
P.F. es una falsa novela negra:
·No aparecen mujeres en ella. Las que aparecen, la hermana del submarinista y la mujer del hombre, pueden considerarse actantes.
·Hay en ella un pseudo detective, un crimen, un conato de investigación, o una investigación fuera de campo.
·La ciudad, Nada 11300, es un lugar corrupto o corrompido. Una ciudad miseria.
·Dice Piglia que en el género hay desde su nacimiento una “tensión entre la cultura de masas y la alta cultura”. (El último lector. Ricardo Piglia. Pos 1146). En el caso de P.F. yo creo que ya no hay “tensión”, que ambas se mezclan, sin recelo entre ellas. Y, desde luego, la relación es muy explícita, casi un activo fundamental en la razón de ser del texto.
(En la novela de Robert Coover, Noir, este extrae, aísla, los tópicos o cuestiones constantes que caracterizan y vienen repitiéndose desde los inicios de la novela negra. Con ellos hace un relato desapasionado, a la manera del nouveau roman).
¿Por qué puede ser P.F. una novela posmoderna?
·Porque es una falsa novela negra. Juega con el género.
·Porque es un relato que juega con los géneros para construir un relato.
·Porque al ser un “entretenimiento” algo intelectual, no permite que sus proposiciones tengan un valor ético para el lector.
(Al menos esto es lo que piensan muchos sobre lo que es el posmodernismo, olvidando novelas tan comprometidas con lo humano y la denuncia del nacimiento del capitalismo como es Contraluz de Pynchon; o toda la obra de Wallace; o Los pobres, Europa Central de William T. Vollmann, tan empeñados en dejar al descubierto las miserias de nuestra realidad social actual).
Entonces sí, puede ser P.F. una novela posmoderna. Detrás del juego, si se lee con atención, es posible descubrir algo más, pero esto no es necesario ni obligatorio. Pero, disculpen, Pájaro fúnebre es sobre todo literatura de entretenimiento.
La transgresión rara vez es aceptada en el momento que se produce.
La transgresión es un objeto extraño instalado sin permiso en nuestro jardín, zona de confort, de tu casa. La primera visión reaviva en nosotros el miedo desconfianza hacia lo extraño, lo nuevo, lo otro.
Ocurrió con la instalación de la Torre Eiffel en París. Tuvo un enorme rechazo popular. Porque el hombre aprende la realidad en la que le toca vivir, se la sabe de memoria y una vez aprendida tiene cierto dominio sobre ella, la conoce, sabe prever su comportamiento y está por eso casi descartada la sorpresa, lo indeseado, que viene a perturbar el conocimiento aprendido. Si en ese contexto de confort hace su aparición lo desconocido, lo nuevo, lo diferente, lo no habitual, elementos que no nos dan seguridad, si aparecen no sabemos cómo entablar una relación con ellos, porque su lenguaje es distinto. El rechazo se impone. Hasta que voces de autoridad nos van diciendo que ese objeto nuevo no es tan pernicioso, etc. Se construye alrededor de él una sensación favorable y es posible que acabe siendo aceptado como animal de compañía. P.F. es un objeto extraño instalado en nuestra zona de confort.






HISTORIA VERDADERA
un prólogo de Carlos Serrato


Escribo en una calurosa tarde de septiembre, en un jardín de una de esas casas “acosadas” con las que hicieron su agosto los ejecutivos agresivos del boom inmobiliario, mientras un Bartleby adolescente postmillennial machaca al vecindario con una remezcla de big-beat de saldo, vomitado por los altavoces sensurround de algún tipo de aparato reproductor de música con micrófono karaoke. Un escenario postapocalíptico, sin duda.
            La mención al adolescente fan del gordbeat me viene no solo porque esté empeñado en componer la banda sonora para esta historia verdadera que escribo y, de forma natural, yo haya de reconocerle el mérito y la ayuda, sino por su fina intuición para mostrarme el dibujo que en su tejido sonoro ha dejado impreso un Apocalipsis de pega, que de seguro aconteció ante nuestras narices hace nada y no pudimos reconocer. Obsesionados por la fanfarria épica que nos dejó escrita Juan, esperamos la clausura del mundo en medio de un desastre cósmico de proporciones nunca vistas, cuando, en realidad, el mundo está muriendo sin parar un punto (lo sé, soy un ladrón inveterado y mientras escribo pago mis culpas en los lamidos que insistentemente deja mi perra sobre mi mano: subida a la mesa, se empeña en que deje de escribir). Toda esta literatura postapocalítica no viene de mi afición a las películas amargofuturistas, tiene que ver, en cambio, con la palabra escrita: hace diez minutos que acabé de leer el relato de los días anteriores al Apocalipsis, que Miguel Guerrero ha titulado Pájaro fúnebre y es normal que yo mismo me atreva a continuar imaginando lo que vino después.
            En otra de esas asociaciones de ideas que genera en el lector satisfecho por un relato fascinante, les confieso que Pájaro fúnebre me recuerda el Diario de la guerra del cerdo, de Adolfo Bioy Casares. No porque haya una influencia de este en aquel, ni coincidencias en la trama, ni perfiles comparables de los personajes, sino porque ambos parten de una misma comprensión del horror cómico que anida en lo cotidiano.
            Miguel Guerrero es uno de esos pocos escritores capaces de comprender la ambivalencia tragicómica de la existencia metafísicamente insignificante del ser humano, como lo fueron Bioy o De Quincey, que por esa razón y no otra se me vienen ahora a la memoria, o como… No, no recuerdo haber leído a ningún escritor o escritora españoles de rabiosa actualidad que se interese por contarnos el horror ridículo de la vida diaria, a nadie excepto a Miguel Guerrero. Algunos dirán que no es este mérito destacable, pues salirse de la corriente mainstream, en tiempos de lo mercadotécnicamente correcto, puede ser considerado más una tara que una distinción. En fin, como dice el profesor G. “nosotros los idiotas estamos muy desprotegidos”.
            Es este un tiempo en el que la búsqueda de una escritura que suponga una mirada diferente sobre el mundo y sus existentes es considerado un riesgo demasiado alto para quien quiere ser llamado escritor. No obstante, hubo un tiempo en el que “ser llamado escritor” era una banalidad y ser “realmente escritor” suponía asumir esa noble decisión (otra tara microsocial que extirparán oportunamente los pedabobos) que obligaba a la autoexigencia de vivir colgado en un límite donde no se sabe dónde acaba la vida y dónde empieza la ficción, para contar lo que no se ve si uno anda empantanado en la cotidiana melancolía de lo real-real. Miguel Guerrero es de estos últimos y Pájaro fúnebre, la cruda crónica cruel, críticamente criminal, de la crisis de la seriedad: cri, cri, el Apocalipsis será una ola de humedad insoportable o no será. Catálogo de atrocidades, como las del italiano que…
            Busco aproximaciones, esta novela es así de exigente, y a ver cómo cuento ahora la intensa sensación que recibo de Pájaro fúnebre. No estamos ante nada conocido y el crítico se pierde buscando aleaciones imposibles para describir el metal que arma esta novela singular. Me parece que no hay mejor halago para un escritor que no quiere “ser llamado escritor” que reconocer que está al margen de las corrientes dominantes y de las dominadas y cuando quiero explicarlo no sé cómo, salvo pedirle al lector la fe ciega que necesita toda epifanía. No, no puede ser, no puedo pedirles tanto, voy a tener que esforzarme. Voy a dejarme de bromas.
            Pájaro fúnebre es una exploración de las posibilidades del relato en un espacio, Nada 11300, que es el lugar donde la vida cotidiana se torna absurda, para unos ojos que sepan mirarla. Los personajes de la novela viven sumidos en un sentido cuya lógica escapa a la razón, viven de una forma tan extraña que pareciera que fuesen habitantes de un sueño, que a veces toma la forma de una tortuosa pesadilla y otras la de una tranquila existencia en un plácido poblacho en el que, al fin y a la postre, nunca pasa nada.
            No, no es que no ocurran sucesos, robos, crímenes, desvaríos revolucionarios. No, no es que no haya ideas en esta novela, las sirve el profesor G., héroe de la existencia al margen de las convenciones, cuya filosofía se empapa de la naturaleza descontrolada de Nada 11300. Esta novela cuenta cosas, por ejemplo cómo una ciudad atrapada en una creciente humedad ambiental tiende a convertir toda la existencia de sus habitantes en un fluido que se desparrama confundiéndose con todos los caldos que manan de esa extraña ciudad líquida, hedionda como una tumba. Pájaro fúnebre es una cosa muy seria, sí. Como lo es el trabajo de Miguel Guerrero, al margen de las modas y de los modos de esta época de autodestrucción de la literatura.
            Cuando los llamados escritores tienen miedo al mercado, cuando vender trescientos ejemplares de una novela se considera un éxito moderado y mil suponen la consagración de la primavera, Miguel Guerrero demuestra dónde está el riesgo literario, dónde hay que buscar a los escritores que nos descubren el mundo, regalándonos una mirada inédita sobre nuestra propia existencia, mientras transitamos por el mundo de ficción que han creado para nosotros. Miguel Guerrero arma una novela desde esa mirada tragicómica y esa poderosa voz de estilo seco, musculoso, siniestramente tierna, lúcidamente absurda y desencantadamente esperanzada con la que se nos cuentan los días previos al Apocalispsis… o no. Quizá nunca ocurra nada que no sea la tensa espera del fin.
            Ocupados en no saber que el fin llega, los personajes de Pájaro fúnebre prolongan su existencia y sus aventuras nos ayudan a entender nuestra propia existencia zombi en un mundo amenazado por la estupidez. Tragicomedia, por eso la referencia a Diario de la guerra del cerdo, de Bioy Casares, que creí reconocer en la ambición artística que anima Pájaro fúnebre.
            No me cabe duda de que es en los márgenes, en la literatura casi secreta, en el esfuerzo de los que no quieren ser “llamados escritores”, donde hoy un lector puede encontrar la literatura perdida, aquella en la que el verdadero escritor (ya sin comillas) se jugaba el tipo en cada párrafo. Y esta, además, se disfruta como un caramelo envenenado: bajo la seducción de la trama se muerde el veneno del arte. No digan luego que no les advertí. Ahora me despido de ustedes, con una cita, hábilmente (me gustaría creer), escogida: “lamentaría ver a los hijos de mis vecinos devorados por los lobos”.
 
 



(texto contraportada)

Los aficionados a leer novelas las solemos recorrer a velocidad constante, con el limitador activado, porque son nuestras vías de comunicación habituales. Pero también llevamos encendido un dispositivo de alarma, al que veneramos. El que nos advierte cada vez que hay un obstáculo sobre la calzada o, excepcionalmente, cuando una señal anuncia que todos los límites han quedado abolidos. Entonces aceleramos sin medida.
Así hay que leer a Miguel Guerrero: como quien descubre un tesoro, porque él es todo lo contrario del buen salvaje al que describió Rousseau. Nada queda en Guerrero de inocencia. Lo ha leído todo, sabe toda la escritura, sin haber llegado nunca a pertenecer al mundo cultural. Es un falso iletrado en contacto directo con las mentes más sabias de nuestra civilización: un espejo para la literatura que se hace hoy, su contraimagen.
Los personajes de Pájaro fúnebre viven aturdidos, sin control alguno, peligrosamente en la ciudad corrompida y fronteriza, Nada 11300. Nos transmiten su desconfianza a base de mostrarse. Aquí la técnica es depurada pero el idioma seco, disecado, tosco a sabiendas. Pájaro fúnebre se sitúa en las antípodas del bien decir. Crea sus propios códigos, un idioma macerado que congrega todos los ecos y a la vez los expulsa. Una esfera de gravedad inversa.
Este libro es el compendio de todas las historias que no serán contadas. Un detective que no es un detective, un profesor cuyo magisterio ignoramos, la playa que mira a levante y el piso orientado a poniente. Un cadáver, un hermano muerto, una hermana regresada de la emigración y un activista regresado de presidio, alguien que “no era frecuente que jugara en la calle con otros niños”. El submarinista, pescado crudo. La humedad, la lluvia ácida y los cementerios de ranas. Si se preguntan quiénes son los señores K, dejen de hacerlo: “el otro es nuestra realidad”.
Dejen activado el detector de obstáculos y prepárense para sortearlos. Aun así, se han dado casos de lecturas placenteras.

José Eduardo Tornay

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